El corazón de las tinieblas (reseña)

Jeremiah Ostriker y Simon Mitton son los autores de El corazón de las tinieblas, título homónimo de la inmortal obra de Joseph Conrad, aunque su relación sea absolutamente inexistente, como queda claro cuando leemos el subtítulo del primero, a saber, Materia y energía oscuras: Los misterios del universo invisible.

Y es que el libro de Ostriker y Mitton, efectivamente, es un libro de ciencia, de cosmología, concretamente. Sus autores son uno de los pioneros en la investigación de la materia oscura y destacado colaborador en trabajos y artículos científicos sobre el tema (Ostriker) y un prestigioso filósofo e historiador de la ciencia (Mitton), respectivamente. La edición española, de 2014, de la obra ha corrido a cargo de Ediciones Pasado y Presente.

El corazón de las tinieblas consta de nueve capítulos a lo largo de los cuales nos ofrece una perspectiva global, divulgativa acerca de las últimas investigaciones, misiones observacionales y análisis de datos en el campo de la cosmología, la ciencia que estudia el origen, evolución y futuro del universo en su conjunto. El libro está maravillosamente escrito, ordenado históricamente, haciendo fácilmente comprensible la trayectoria que ha seguido la cosmología, desde sus primeros tiempos modernos hasta los más recientes descubrimientos y sus audaces, en ocasiones, interpretaciones. Comenzando por Copérnico (el último de los cosmólogos griegos), Galileo y pasando por Newton y Herschel hasta llegar a Einstein y su teoría de la relatividad general, Ostriker y Mitton nos proporcionan la base teórico-observacional para posteriormente afrontar lo que constituye el auténtico núcleo del libro. Así, van desfilando poco a poco los nombres de los gigantes a cuyos hombros se han subido los cosmólogos actuales para poder ver más lejos y más claramente con ayuda de extremadamente sofisticados instrumentos como pueden ser el satélite COBE o el WMAP.

El descubrimiento inicial de que el universo estaba constituido, fundamentalmente, por galaxias; el primer modelo de Georges Lemaître en el que ya se proponía una especie de átomo primigenio como origen del universo y se predecía la contribución de, nada menos, la energía oscura; la ley de Hubble; el modelo de big bang; la nucleosíntesis; la búsqueda de candelas estándar con las que estimar de forma fiable las distancias interestelares e intergalácticas y en la que fue fundamental el trabajo de Beatrice Tinsley; la inflación; las enormes, originales, así como menospreciadas contribuciones de un genio como Fritz Zwicky, el auténtico "inventor" de la materia oscura; las curvas de rotación de las galaxias y los increíbles hallazgos de Vera Rubin, entre otros; y, finalmente, la eterna y pertinaz presencia de la célebre constante cosmológica o energía oscura, a partir de 1998. Todo lo anterior conduce de manera lógica a preguntas que hoy seguimos sin contestar: ¿qué es realmente la materia oscura? ¿Es la energía oscura la constante cosmológica o se trata de algo aún más extraño, como la quintaesencia o la energía fantasma? ¿Cómo se originaron las diminutas anisotropías primigenias que dieron lugar, tras el big bang, a las enormes estructuras (estrellas, galaxias, cúmulos, supercúmulos) que observamos en la actualidad? ¿Vivimos en un universo con la densidad de materia justa para que sea plano, como parecen indicar las más recientes pruebas observacionales?

Obviamente, las cuestiones anteriores no tienen, a día de hoy, respuestas inequívocas. No obstante, los modelos teóricos de que disponemos parecen querer obstinadamente coincidir con lo que observamos en el cielo, a medida que disponemos de instrumentos cada vez más precisos y sensibles. La ciencia continúa. La aventura no ha hecho más que empezar...


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